¡Hoy
os traigo el capítulo 55!
En realidad estoy escribiendo el capítulo con 6 exámenes finales... así que milagro que esto se haya publicado.
Antes de nada, pedir
a esa gente que EXIGE capitulo, que se abstenga de comentar. No pretendo
parecer borde pero mencionar puntualmente que el llevar este blog me roba mucho
tiempo y que tal vez, en parte, sea la razón de que mis notas estén bajando.
Esto es solo una historia, fuera tengo mi vida. No sé si sabéis, los que exigís,
que actualmente una nota puede definir tu futuro. Así que antes de venir con
exigencias que carecen de modales, pensad un poco en lo que me juego yo. Y que
a lo mejor, en vez de estar estudiando 4 horas por la mañana, las estoy
gastando en esto. Y no exagero, muchos pensáis que llevar este blog es coser y
cantar como se suele decir, pues siento desinflaros el globo y deciros que no
es así. Antes de volver a hacerlo, pensar en que grandes y pequeños blogs han
sido abandonados hasta el verano por estudios y que en cambio yo, sigo aquí.
Pensad en eso la próxima vez. (Esto no es para todos, sino para los que carecen
de modales al ‘’pedir’’ o más bien exigir un nuevo capítulo).
Además
he estado mala hoy todo el día y anoche… por lo que, que este capítulo esté
aquí es básicamente un milagro.
Deciros
que a pesar de la espera, merezca la pena. Es un capítulo especial y lo
notaréis porque es bastante más largo. Mencionaros que quizás no entendáis el
final, pero en el próximo si que lo haréis.
Ya
que llevo prisa el capítulo no ha quedado como me hubiese gustado pero aún así
no creo que esté mal. Es más, espero ansiosa vuestras opiniones al respecto.
Todo
va a dar un pequeño giro en la Arena, un giro a la historia. Es un capítulo
especial no solo porque sea más largo, sino porque es el comienzo.
Creo
que la tranquilidad ha acabado. Mucho había durado. Leed con atención y sacad
conclusiones. Cualquier teoría podría ser correcta, ahora que en esta historia
todo da la vuelta. No me entretengo, estad atentos. Cualquier movimiento podría
ser incorrecto. Leed entre líneas, averiguar lo que ocurre. Cada palabra forma
parte del puzzle.
Eso es todo por hay. Disfrutad
de la lectura.
***
Después comenzamos a
caminar.
El sol me agobia un poco y
siento con facilidad que me quedo sin respiración con cada paso. La fatiga está
comenzando a apoderarse de mí y eso es un hecho más que evidente. Los brazos me
pesan y mis pies se están volviendo cada vez más torpes y lentos. Incluso si
estoy con el brazo en la misma posición empiezo a recibir extraños calambres
que hacen que tenga que moverlo.
Siento también, de vez en
cuando, un ligero pinchazo que me recorre todo el cuerpo pero ni siquiera le
doy importancia. Se lo que es, lo que significa. Es la Arena, que te desgasta
cada día. Adelgazamos excesivamente porque comemos menos, nuestras manos dejan
de ser tan suaves. Nuestros cuerpos se vuelven más ágiles pero a veces son
demasiado pesados debido al cansancio. La Arena te envejece, se notan ojeras en
la cara, por pequeñas que sean. Se te nota en cada movimiento y cada palabra. A
veces estamos sucios, y por desgracia, los que nos escondemos entre los árboles
del bosque solo podemos lavarnos al anochecer con la lluvia.
Al cansancio y a la
suciedad te acostumbras, incluso tu estómago a pasar hambre, pero hay algo a lo
que no te acostumbras con el paso de los días, a ocultar ese miedo que quiere
salir. Porque saber que vas a morir es duro, pero no saber cuándo sucederá es
aún peor.
Una parte de mí quiere
tumbarse y descansar, sin nadie que le hable ni le moleste. La otra siente la
necesidad de hablar con el chico que camina delante, porque es la única manera
de distraerse, la única manera de salir de un mundo tan real y absurdo. De esta
situación que carece de cualquier sentido, que para unos resulta dramática y
por el contrario, para otros es más que cómica.
Camino con sencillez, un
paso, después otro. Primero una pierna a la que sigue la otra. Sin detenerme.
Cuanto antes lleguemos a la cueva, antes descansaremos. Es mi único
pensamiento. Mi movimiento ya es involuntario, he dejado de pertenecerme. No
soy yo quien manda, sino mi instinto. Me muevo porque sé a dónde tengo que
llegar y porque sé que si me paro, no sobrevivo.
No hay que detenerse nunca,
no hay que confiarse, herir o ser herido. Matar o morir. Son las reglas de la
Arena. Es lo que te hace sobrevivir cada mañana. Es lo que te hará volver a
casa.
Comienzo a pensar en cosas
que no debería. Y cuando lo hago, siento que debería convertirme en la chica
fría que demostraba ser. Porque mi frase lleva la verdad grabada a fuego, tengo
miedo. El amor es peligroso, te nubla la vista, te desconcentra, hace que tus
actos no sean los que quieres que sean de verdad. Te marca, te identifica, vive
por ti. Hace a tu cerebro pensar en una sola cosa. Hace que dependas de ello,
como si al quitártelo, dejases de respirar. Hace que te vuelvas loco, que seas
capaz de hacer cosas inimaginables, aunque tu vida corra peligro al hacerlas.
El amor es peligroso. Y en este momento siento que es así, que si nos atacasen
y él muriese, quizás yo dejaría de respirar.
Estamos viviendo una
pesadilla, esto es la guerra, ha dejado de ser un juego. Tanto dentro de la
Arena, como fuera, las cosas están cambiando. La gente muere aquí, y pronto
morirán fuera. Todo se moviliza, la llama atiza fuerte, esperando la ocasión de
estallar y prender fuego a este mundo tan frágil y débil.
Los Juegos del Hambre ya no
son simples juegos para mantener a la población en su sitio, ya no son tan si
quiera una muestra de poder. Son un desafío, una amenaza directa que busca
respuesta. Es solo un movimiento para empezar una guerra. Una chispa para que
Panem arda entre llamas de muerte. Entre las llamas del Capitolio, y ni este,
ni los rebeldes podrán pararlas. Será demasiado tarde. Es demasiado tarde. La
guerra no existe ahora, pero existirá al acabar los Juegos. La guerra nos
implica a todos, a los que morimos y a los que sobreviven.
Siento la necesidad de
hablar para así mantenerme lejos de esos pensamientos. Porque una guerra
significa la implicación de mucha gente que me importa, y ahora mismo pensar en
eso, me hace débil.
-Si tuviésemos mentores tal
vez esto sería mucho más fácil- miro a Finnick, nada más hacerlo, me siento
estúpida. Mi manera de romper el incomodo silencio entre nosotros es ridícula y
sin sentido, pero si seguía callada, pensando sin más seria aun
peor- quizás podríamos tener todo lo que quisimos sin riesgos, ya sabes, agua,
comida, incluso algún arma...
-Puede que tengas razón,
Amy. –Se queda un minuto callado, miro al suelo y noto como nuestros pasos van
coordinados, no sé si él se dará cuenta. Si me concentro puedo oír el mismo
flujo de respiraciones, como si fuésemos uno solo. Sus palabras llegan poco
después, con un tono de voz algo curioso y una sonrisa tan solo de la comisura
lateral que conozco lo suficiente, incluso demasiado- ¿Qué le pedirías? ¿Qué te
gustaría que te mandasen?
-No sé, algo para mi
hermano, algo que le mantuviese a salvo, ¿y tú?
- Nada
-¿Nada?- su respuesta me ha
sorprendido, intento comprenderle, descifrar ese ‘nada’ pero no consigo
entender por qué razón no pediría absolutamente nada. Le miro con más
curiosidad que ninguna otra cosa, esperando su respuesta- ¿Cómo que nada?
- Teniendo en cuenta que
estoy en la Arena, tengo todo lo que necesito.
- Finnick, tenemos comida y
agua, un refugio, pero siempre puedes pedir algo, una medicina, un arma...
-No me refería a la comida
cuando decía que tenía todo lo que necesitaba-me mira fijamente y me siento
incapaz de apartarme de él, siento como su mirada sostiene la mía y soy incapaz
de moverme ni un centímetro, está tan cerca que si me inclinase un poco le
rozaría y eso me desconcentra- me refería a ti Amy.
Y en ese momento lo pienso.
Pienso que a veces le odio, por saber decir en cada momento justo lo que
necesitaría oír para sentirme mejor. Le odio por ser tan perfecto y por cómo me
hace sentir cuando estoy con él. Le odio por hacerme sentir más viva cuando en
realidad estoy muerta. Por verme hermosa cuando estoy sucia, rota y con
rasguños más que notables. Por querer mantenerme a salvo, cuando a mí a penas
me importa ya. Le odio sí, y no es justo porque él no tiene la culpa, pero es
la verdad. Le odio en especial por no poder compartir un futuro, un futuro
juntos.
-A veces me gustaría
decirte que me pasaría el resto de mi vida contigo. –Cuando pronuncio esa frase
mi voz se va apagando poco a poco como si me quedase sin energía, hasta que la
última palabra es un tímido susurro. No sé porque le he dicho eso. No sé porque
hablo, pero mi garganta pica, escuece y las palabras salen de ella con una
sensación de alivio. Es la misma sensación del agua pasando por una garganta
sedienta. Es como si las palabras que salen de mí fuesen tan sinceras que me
curasen a su paso- A veces me gustaría decirte que me encantaría ir a la playa
del 2, llevarte al bosque o enseñarte el lago al que me solía llevar mi madre
de niña. Me encantaría visitar tu casa y que tu visitases la mía, como han
hecho siempre la gente normal en los distritos. La gente normal que tiene la
suerte de estar allí ahora.
-¿Pero?
-Pero luego recuerdo que no
somos normales, que no tenemos la suerte de estar en nuestro distrito. -Nuestro
paso es el mismo, ni siquiera hemos parado. La conversación es sincera, no va a
ninguna parte. La estarán viendo millones de personas, quizás. Pero no paro,
tengo la necesidad de hablar con Finnick. Aún así, evitamos la mirada, los dos
sabemos como acaba esto- Y que aún, no sé cómo, pero tengo que conseguir que mi
hermano vuelva a casa, y eso, ya sabes, implica que los dos...
-Chsss, no lo digas-
¿parece enfadado? No, dolido es la palabra que buscaba mi mente. Se para y se
agacha a mi lado, apartando un mechón de pelo que cae en mi rostro. Intento
mirar hacia mi derecha desviando la vista y concentrarme en otra cosa con la
mirada completamente perdida. Pero es imposible concentrarme cuando el esta tan
cerca. Cuando le miro a esos hermosos ojos, veo que han cambiado. Esa es la
mirada que pone cuando intenta arreglar las cosas o intenta ayudarme. Quiere
animarme, lo sé. Es una mirada suave, tranquilizadora e incluso algo bromista-
Mirándolo por el lado bueno, no nos será difícil pasar el resto de nuestra vida
juntos. Será una promesa fácil de cumplir teniendo en cuenta que no sabemos
cuánto tiempo nos queda.
-Tributo estúpido
-Mirarme-y aunque quiera,
no puedo evitar hacerlo- yo te prometo Amy, que pasaré lo que me queda de vida
a tu lado, que no me cansaré ni un solo minuto de intentar convencerte. Y
cuando llegue el momento sabré que al menos lo intente y podré irme tranquilo
sabiendo que tu hermano volverá a casa. Y que, aunque a mí me duela en parte,
eso a ti te hará feliz.
-A mí también me dolerá en
parte.
-¿El qué?
-Perderte
Siento la presión de sus
manos. Como una se entierra en mi cabello y la otra empuja con fuerza mi
espalda a su pecho. Sinceramente podría quedarme allí para siempre, deseando
que ese momento sea eterno.
Sé que ha acabado cuando me
da un beso en la frente, no sé cuándo exactamente hemos comenzado a
comunicarnos sin hablar, pero le entiendo. Ese beso significa que todo estará
bien, significa que debemos continuar, así que emprendemos el camino de nuevo.
Los minutos pasan y se
pegan a mi cuerpo como el calor. Siento que la camiseta está sudada y que no
avanzamos. De vez en cuando sigo el procedimiento y subo a un árbol para
comprobar que estamos a salvo.
Lo cierto es que no tardo
si quiera unos segundos en llegar a la parte alta de los árboles. Parece que mi
rutina diaria ya forma parte de mí y eso me empuja a una mayor agilidad. Ya no
me cuesta, ya no noto el dolor en las manos. Simplemente subo, y lo curioso, es
que cuando estoy arriba del todo, me siento libre por una milésima de segundo.
Bajo con cuidado al haber
visualizado la zona. Finnick está con un pie apoyado en el árbol, y la otra
pierna recta. Al ver que bajo me sonríe, me dan ganas de gritarle y preguntarle
por qué no estaba vigilando, pero sé que si no lo hacía sería por algo. Él no
nos pondría en peligro, así que me relajo y le devuelvo una sonrisa torcida.
Caminamos de nuevo,
siguiendo nuestro camino. No debe quedar mucho para llegar, pero el cansancio
que arrastro puede conmigo. Veo la larga explanada que se extiende justo antes
de llegar a la ladera de los matorrales. Siento la necesidad de
correr y llegar cuanto antes. Pero Finnick es más precavido y se asegura de
inspeccionar la zona antes. Cuando comprobamos que todo está solo, seguimos
avanzando.
Decidimos parar dos minutos
a la sombra de un árbol metidos hacia el bosque. Un desnivel nos da ventaja y
nos colocamos debajo de él para mantenernos ocultos por si acaso. Apoyamos
nuestras espaldas y descansamos estirando las piernas. Tengo los músculos tan
tensos que siento que si los golpean se romperían sin más.
Finnick me hace
una señal que entiendo fácilmente. Si estamos cerca de la cueva podemos gastar
el agua que tenemos, o al menos un poco para saciar nuestra sed. Le paso a él
primero el botellín que al contrario que otras veces, cede y bebe en primer
lugar. Cuando siente que es suficiente para mantenerse, me lo pasa. Veo que ha
sido poco lo que ha bebido, y yo hago lo mismo para mantener el agua el mayor
tiempo posible. Aún así, es una tontería no beberla teniendo en cuenta los
botellines que hay en la cueva así que insisto en que beba más y al cabo de un
rato, acaba cediendo.
Mojo un poco mi mano y
refresco mi nuca y mi pecho, el calor me está matando, consumiéndome poco a
poco y esa sensación al refrescarme es como respirar de nuevo sin esa manta
asfixiante. Finnick imita mis movimientos mojándose la nuca y la frente.
Sentimos la necesidad de
quedarnos un poco de tiempo descansando. Como si hubiéramos corrido durante
horas, aunque no lo hayamos hecho. Apoyo mi cabeza y cierro los ojos. Finn
comienza a dibujar círculos en mi mano pero de repente cesa, eso me obliga a
abrir los ojos, vacilante, y mirarle. Su expresión es extraña, antes de que
pueda preguntar se lleva un dedo a la boca en señal de silencio. Se oyen unos
pasos.
Finnick se asoma
cuidadosamente y comprueba que efectivamente hemos oído bien. Me levanto y veo
tan solo a un tributo, no sé si alguien le acompaña porque Finnick ha hecho que
me agache de nuevo.
-¿Ahora qué hacemos? Puedo
ver a un tributo unos metros, necesitamos pasar por ahí para volver a la cueva.
-Bueno, yo tengo un arco.
No se tu pero yo, yo quiero ver a mi hermano y la única forma de llegar es
pasando por ese tributo. No pienso correr el riesgo de que siga por esta zona,
estamos cerca y eso implica poner en peligro a Gale así que saldré ahí y
luchare hasta que suene un cañonazo, el suyo o el mío.
- No pienso dejar que hagas
eso
-Tampoco te he pedido que
lo hagas
-Amy, de aquí no te mueves.
-Mi padre siempre ha dicho
que soy muy cabezota- Me levanto pero Finnick es más rápido y tira de mi hacia
abajo tapándome la boca
-Agáchate-se queda unos
segundos callado, escuchando atentamente pero sin soltarme a pesar de que lo
intente. Decido parar y hacerle caso porque al fin y al cabo, es realmente lo
más sensato, el se levanta para comprobar que ocurre, simplemente pronuncia dos
palabras- se va.
-Está bien, déjame ver-
asomo la cabeza un poco y compruebo que se aleja en dirección contraria. Me
rindo- esta vez no habrá lucha.
Nos levantamos y
continuamos caminando. Me pregunto cuando he cambiado, cuándo he comenzado a no
preocuparme por luchar, cuándo luchar ha sido mi primera idea, incluso antes de
huir.
Finnick señala algo. Por
fin veo los matorrales de lejos, ha sido largo. Demasiadas horas fueras,
demasiado tiempo sin abrazar a Gale. Una sonrisa me viene al saber que le veré
en pocos minutos. Entraré a la cueva con todo lo que hemos conseguido y podré
preparar mucha comida para que recupere fuerzas, para que coma hasta que siente
que está completo. Aceleramos el paso sin darnos cuenta. Dejamos poco a poco la
explanada atrás, no estoy atenta a ruidos ni nada porque las ganas de llegar
son más grandes que mi prudencia. Finnick agarra mi codo empujándome hace
delante en señal de apoyo, y cuando llegamos sonreímos agotados. Pienso comer,
sentarme, descansar y dormir durante varias horas. Pero también quiero jugar
con Gale, necesito a mi hermano pequeño a mi lado por lo menos un par de
minutos.
Él retira los arbustos y yo
entro la primera. Oigo como coloca las ramas de nuevo, lentamente. Puedo
escuchas cada uno de sus pasos acercándose, noto como entra y aunque no le veo,
sé que está sonriente de estar aquí de nuevo. Pero yo no, porque cuando él
choca contra mí, ya que me he parado, yo estoy lejos. Estoy demasiado lejos.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué te has…-su frase se corta
al adelantarme y ver lo mismo que veo yo, me mira con los ojos muy abiertos y
solo una palabra sale de él, una que ni yo puedo decir- no…
Durante un segundo eterno, todo se vuelve negro.
Todo suena distante, como si estuviese bajo el agua. Y a pesar de que mis ojos
están más abiertos que nunca, no son capaces de ver absolutamente nada.
Siento que me tiemblan las manos y no soy capaz
de apartar la vista, el temblor se hace
más y más fuerte y se extiende por todo mi cuerpo. Cuando llega a mis piernas
siento un cosquilleo que me avisa de que perderé el equilibrio y caeré. Pero no
me importa. Creo que nada me importa ahora. Esto es culpa mía, lo sé por esa
voz interior que me está quitando la respiración como castigo. Noto que alguien
me está cogiendo de los hombros y que me mueve para que despierte, pero no
quiero despertar. No quiero enfrentarme a la realidad, no quiero enfrentarme a
la muerte.
Sigo quieta con los ojos fijos, en frente de mi
se colocan unos ojos color mar. Soy capaz de ver sus labios desde lejos, los
cuáles, pronuncian mi nombre. Pero sigo lejos, demasiado y no puedo volver, ni
siquiera quiero volver. Siento la necesidad de irme ya, que todo acabe, yo ya
lo he dado todo y a cambio, también lo he perdido.
Quiero apagar mi llama, mi lucha, mis
sentimientos. Dejar de sentir este dolor pero no para, cada vez se hace más
intenso. Ni siquiera sé cuantos minutos estoy parada y lejos pero el dolor
acaba trayéndome de vuelta, porque el dolor es más fuerte que yo. Porque ya no
tengo fuerzas.
Me doblo sobre mi misma y hago un intento de
colocar mi mano en mi corazón porque duele. Caigo de rodillas tan fuerte que
noto como rozan en el suelo, pero a penas lo siento. No es más dolor que el que
ya estoy sufriendo. No escucho nada, nada en absoluto. Me llevo las manos a la
cabeza y agarro mi pelo. Comienzo a hiperventilar, con dificultad. Mi
respiración se convierte en un sollozo que me ahoga y acaba saliendo un grito
de mí. Las lágrimas caen y no muestro ninguna intención de pararlas. Quiero que
caigan al suelo, que se entierren bajo él y que el dolor se vaya con ellas.
Pero no lo hace. Me balanceo hacia delante y hacia atrás, hiperventilando,
llorando y gritando. Porque duele, realmente duele.
El dolor es asfixiante, Siento que me ahogo y mi
cabeza me dice que respire calmadamente, pero el dolor dice que no, que no lo haga,
que no respire. El problema es que estoy de acuerdo con el dolor. Quiero dejar
de respirar para que todo cese. Mi pecho sube y baja demasiado rápido, tengo
que abrir la boca para coger algo de aire pero cuando lo hago grito. Me vuelvo
a doblar sobre mi estómago ya en el suelo, agarro mi cabeza de nuevo pero unas
manos me lo impiden. Están calientes, yo estoy fría, demasiado fría.
Esas manos me sujetan con firmeza, veo que
alguien se baja y se coloca a mi altura, y comienza a abrazarme con fuerza. No
veo nada por las lágrimas pero me imagino a mi padre, a mi madre, aunque sé que
en realidad es Finnick. Él es el único que está aquí ahora.
Y yo lloro, lloro como si eso calmase el dolor.
Me acaricia la cabeza y comenta que está bien, que todo está bien. Pero es
mentira, yo sé que es mentira, porque siento como me estoy muriendo. Poco a
poco.
El problema es que el amor mata, y si yo dejo de
respirar, quizás él lo haga también.
Pero no puedo más, y noto que mis ojos se cierran
y que las fuerzas se van. Noto que el frio que recorría mi cuerpo se relaja por
el calor que aporta Finnick. Y sin más ya no soy yo, soy solo un cuerpo. Amy no
está. Amy se ha ido. Amy ha muerto.