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martes, 9 de septiembre de 2014

Capitulo 6


¡Hoy os traigo el capítulo 6!

Hoy la entrada va a ser corta porque la prisa que tengo no os la podéis imaginar, os prometo pues, una entrada pronto dirigida totalmente a vosotros. Espero que hayáis aprovechado este maravilloso verano. ¡Disfrutad del capitulo! Contestaré pronto los comentarios, los he leído todos, eso sí.




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***


Desorientado el chico abre los ojos. Se encuentra en una camilla, en una especie de sala de cirugía. Las paredes son de un tenue color blanco que da luminosidad a la habitación. Parece más grande de lo que realmente es. Hay aparatos que rodean la sala, armarios con inyecciones y un montón, de lo que parecen, medicamentos. Mira su brazo, en el cuál hay una sonda puesta, retira el tubo lentamente notando un pinchazo que recorre el músculo hasta llegar a su hombro. Por mucho que se haya acostumbrado al dolor, la molestia sigue haciendo acto de presencia. Al incorporarse la cabeza le da vueltas, siente un ligero dolor en la sien y todo se vuelve un poco negro, hasta cegarle la vista. Permanece parado unos segundos y lentamente, va desapareciendo, hasta estar completamente recuperado. Ligeras imágenes le vienen, como flechazos instantáneos, recuerdos recientes de lo que había ocurrido. Y su pregunta, de por qué aún está vivo, es contestada inmediatamente.

Nada más subir al aerodeslizador se encontraba demasiado débil para escapar, en seguida, unos hombres vestidos de blanco vinieron a colocarle una mascarilla. Respiraba con dificultad. Quizás por la presión, quizás simplemente se estaba muriendo, no lo pensó demasiado. Antes de quedarse completamente adormecido, intento desprenderse de los brazos que le agarraban, solo una imagen borrosa le hizo parar. Aquella cara le sonaba, la voz de Haymicht se oía lejana,  <<tranquilo chico, lo hemos conseguido>>. Lo siguiente que recuerda era caer en un profundo sueño y despertar en aquella sala.

Se pone de pie y decide salir, tiene muchas preguntas pero ninguna respuesta, Haymicht debe encontrarse en aquel lugar, y tenía que encontrarlo. Estando solo en aquella sala no iba a lograr nada, lo mejor era buscar a alguien que le pusiese al corriente de todo lo que estaba ocurriendo.

Sin más, un hilo de esperanza se vio venir, ¿y si Amy estaba bien? ¿y si a ella también la habían rescatado? ¿fue por eso que desapareció Gale? Tenía que encontrar a alguien, necesitaba saber que estaba ocurriendo, por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo podía salir bien, que quizás las cosas comenzaban a funcionar, había tomado el rumbo correcto.

Todas esas preguntas rondan en su cabeza, hace tiempo dejó de sentir ese leve dolor que aparece cuando piensas demasiado. Debía tener la mente despejada y el dolor era una distracción, así que se acostumbró a él para así poder eliminarlo. Aún así, tantas cuestiones hacían que el leve dolor de cabeza apareciese de nuevo, intensamente. Además de tener los ojos cansados y notarse algo débil tras haberse quitado la vía, por lo demás, estaba mucho más recuperado de lo que había estado en todos estos días en ese infierno llamado Arena.

Pasillos largos y continuos, puertas a los lados. Silencio. La tranquilidad le atormentaba, le ponía nervioso, ni un ruido del bosque, ningún pájaro, ninguna gota de lluvia, ningún tributo. Tan solo silencio. Relajante a la vez que molesto. Era un pasillo extraño, cuanto menos. Debería haber puertas, pero no encontraba ninguna. Uno, dos y tres pasos, continuaba su camino. En ocasiones, se paraba y miraba hacia atrás, por si encontraba un guardia, un médico o cualquier persona que pudiese decirle donde encontrar a quien andaba buscando. Singular, la situación. Sabía que estaba a salvo y aún así notaba como se le erizaban los pelos de la nuca, sentía como cada uno de sus músculos estaban tensos, un estado de alarma, por si algo ocurría. Sabía que estaba a salvo, sí, pero no se lo creía. Sus esquemas estaban completamente rotos y él, confundido.

Los días en la Arena le habían cambiado, no podía negarlo. Respiró hondo y pausado. Esperó unos segundos y continúo el extenso pasillo gris. Observó una puerta a su derecha, entró sin pensárselo dos veces. En la sala una alfombra roja de terciopelo cubría el amplio suelo, en el centro una mesa redonda, y sillas alrededor de esta. Todas y cada una de ellas eran elegantes, de una madera cara, barnizadas, y tratadas con delicadeza. Hacía mucho que no veía ese tipo de lujos. En cada silla un cojín rojo de un terciopelo similar al que había encontrado en la alfombra, bordeado con lo que parecía hilo de oro y en las esquinas de este, colgaba de forma elegante, unas pequeñas tiras doradas que finalizaban con unos flecos. Tocó una de las sillas con suavidad, un movimiento que hacía la mano al pasar de largo cerca de la misma, paseó por la alfombra dando una vuelta a la mesa de madera oscura. De repente se olvidó de todo, asombrado por tanto lujo. No era nada nuevo, el ya había visto todos y cada uno de estos lujos anteriormente, pero parecía que había sido hace años y años, aunque no hubiese pasado tanto tiempo. La lámpara que colgaba del techo estaba hecha de diferentes cristales, recordaba esos cristales de cuando estuvo en una joyería en el Capitolio, una de las mejores que podías encontrar en todo Panem. El joyero le habló de todas y cada una de las piezas que se encontraban en la tienda, todo tipo de cristales y piedras preciosas que venían de distintos distritos y que él mismo tallaba para hacer joyas únicas y preciosas. Él era pequeño, quería un regalo para su madre. Pudo ver mil piezas distintas aquel día, pero solo una logró llamar la atención del pequeño, haciendo que se parase y quisiese comprarla de inmediato. Eligió un collar con una piedra muy singular, era del color de los ojos de su padre, con una sencilla forma de lagrima, que, al trasluz cambiaba su tono a uno un poco más claro, los bordes se volvían blancos y te recordaban a la espuma del mar, cuando rompe la ola en la orilla. Desde entonces Annie siempre lo había llevado puesto.

Un poco más alejado de la mesa había estanterías, pasó la mano por los libros viejos y usados, de estrategia en guerras, de historia, había más libros allí de los que había leído en su corta vida. Un emblema se hallaba en uno de ellos, era un tridente en un escudo de olas, lo encontró irónico a la vez que apropiado, y una sonrisa se le fue con él. Continuó recorriendo la sala, subió tres escalones que había un poco más adelante y encontró otra mesa, llena de mapas con puntos de diferentes colores, papeles que no se iba a parar a leer y apuntes llenos de garabatos y tachones, multitud de nombres y cifras adornaban las hojas. Había espejos, rodeando la sala. Se vio en uno de ellos, había cambiado notablemente. Su cara había madurado, los rasgos más marcados que antes, su pelo más largo y despeinado. Tenía algo de barba, pero recortada, no le había dado tiempo a crecer lo suficiente. Sus pómulos eran de adulto, y no de niño. Sus ojos seguían del mismo color de siempre. Siguió observándose. Veía alguna cicatriz en sus brazos, que le recordaban de donde venía, y paró. No quiso ver más.

Echó un último vistazo a la sala y se dirigió a la puerta. Tenía que seguir buscando a Haymitch.

Decide avanzar el paso un poco más. Mira el suelo, se le hace raro no pisar en la fina arena de la playa, en los bosques o en las rocas de la cueva. El pasillo gira hacia la izquierda en una suave curva, al girar encuentra lo que estaba buscando. Una  enorme puerta de metal adornada con dibujos plateados y dorados de los diferentes distritos y con el número de todos y cada uno de ellos. Esa debía ser la mayor sala del aerodeslizador, la más importante y por tanto, allí encontraría a quien estaba buscando.

Se aproximó a la puerta y estas, se abrieron de golpe. Se le había olvidado los sensores que llevaban, se rio para sí mismo al pensar en que las puertas se cerrarían solas y no tendía que esconder la entrada a esa sala con unas enormes ramas llenas de hojas.


No sabía muy bien que debía sentir en ese momento, algo le inquietaba, estaba nervioso. Es como cuando te acercas más y más a tu objetivo, cuando estás a un paso solo te entra miedo. Miedo porque puedes perderlo todo, es cuando más cerca estás de tu logro y te aterra la idea de que todo lo que has recorrido hasta el momento se desvanezca.